Ilustración de la increíble Henar Bengale |
Era un día
de invierno, pero no de los que helaban. Hacía sol y la calle estaba despejada.
Incluso apetecía darse una vuelta por Les Champs Élysées y tomar un vaso
de vin chaud. Sin embargo, Lía y su papá habían decidido sacar la vieja
bicicleta que guardaba polvo en el sótano. Apenas la habían utilizado y ya iba
siendo hora de quitarle los patinetes.
—No voy a poder, es muy grande para
mí —dijo la pequeña al subirse sobre el
sillín.
—Claro que sí —la miró a los ojos—,
tú eres más grande que ella.
Poco a poco, Papá le fue explicando
cómo lo tenía que hacer: al principio, él la sujetaría por detrás, mientras que
Lía ponía los pies sobre los pedales y cogía impulso; una vez que se viera con
soltura sobre la bicicleta, la soltaría.
Y así lo hicieron. Al principio
apenas conseguían avanzar un par de metros, pero poco a poco, y con paciencia consiguieron
dominar la técnica; hasta que de repente, Lía escuchó a sus espaldas: «¡Te
suelto!».
Lo había conseguido. Ahora sólo era
ella y la bici. Sentía la brisa invernal sobre las mejillas y su bufanda
oscilar con el viento. Su respiración agitada se llenaba de frío parisino y
notaba el latir de su corazón. Nunca antes se había sentido tan viva. A los
poco metros empezó a tambalearse y decidió poner los pies de nuevo sobre la
tierra; pero lo había conseguido.
Una segunda vez. Quería volver a
volar otra vez. Repitieron la maniobra padre e hija, pero esta vez la bicicleta
se desvío hacía un montículo de nieve que sobresalía en la carretera. Lía cayó
al suelo, junto con la bici y su padre.
—¿Estás bien pequeña?
—Creo que me he hecho sangre en la
mano. Me duele mucho.
—Tranquila —le susurro su padre al
odio—. ¿Sabes? Yo, cuando era pequeño, me caí la primera vez que levanté los
pies de la tierra. ¡Y no fue la única! Pero así es como de verdad se aprende:
levantándose tras cada caída y sin rendirte nunca. Que el miedo a caerte nunca
supere las ganas de conseguir lo que te propongas. Vamos, levantémonos y
sigamos intentándolo.
Las palabras de su padre calaron muy
hondo a Lía. Volvería a volar, y muy alto. Todos los grandes vuelos conllevan
un riesgo, y eso lo sabía. Sin embargo, mereció la pena la caída. Desde aquel
día se esforzó el doble para llegar a la meta. Sí, sufrió alguna que otra
caída, pero nada que las palabras de su padre no pudieran paliar; esas palabras
que siempre conseguían volver a hacerla volar. Su zumo de pájaro favorito.
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La última entrada del año tenía que ir dedicada a ella.
¿Que por qué? Porque me inspira con cada una de sus ilustraciones y me enamora bajo auroras boreales.
Por ti y por nuestra Noruega.
7 comments:
:) Me gusta mucho tu forma de escribir.. De plasmar una enseñanza tan profunda en una historia como esta..
Me quedo por aquí, te leo :)
un besito!
Y las fábulas con moraleja volvieron a estar de moda :)
Gracias por tu comentario, me estoy enamorando de tu blog!
Que bonito cuando sientes esa pasion por intentar algo no importan las caidas (: me gusta Feliz 2013
Sabias palabras de un padre buscando atenuar las dificultades de la vida para que nunca se de por vencida
Saludos y feliz año! (:
Todos al leer ésto hemos vuelto a la infancia por unos segundos.
Cuánta razón tiene el padre de Lía, deberíamos aplicar su sabio consejo.
Besos;
(desde
lejos de
París)
Que bonita esa imagen, y
que bonito el texto.
(abrazos)
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