Wednesday 12 September 2012

Promesa de tierra y agua (II)

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         La noche comenzaba a caer cuando el 4x4 frenaba en la cima de la montaña en la que se alzaba el faro. La luz intermitente iluminaba la bandera americana que lo acompañaba y les daba la bienvenida. Por fin el coche se detuvo dejando tras él un rastro de gravilla y polvo, como una estrella fugaz en mitad de la noche. Los faros se apagaron y Parker salió del coche; abrió la puerta del copiloto para que saliera Arianne a la oscuridad de la noche y la naturaleza. La chica no hacía más que reírse. 
          —¡No me dijiste que me ibas a tener todo el día conduciendo! 
          —Siempre te estás quejando, mira a tu alrededor y dime que no ha merecido la pena. 
         Los árboles se alzaban en todas direcciones a lo largo de la falda de aquella montaña. Podían escuchar el piar de algún búho en la lejanía y el chirriar de los grillos entre la maleza. Estaba oscuro, pero la luz del faro los iluminaba. Y el mar, por supuesto. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas bajo la montaña era la banda sonora que los acompañaba, por no hablar del olor a sal y naturaleza. 
         Arianne lo cogió de la mano y lo condujo a los pies del faro. Desde allí contemplaron como el cielo se juntaba con el océano en una cópula infinita. Norte, Sur. Este y Oeste. Se extendía en todas direcciones. No conocían el fin del mundo, pero si tuvieran que dibujarlo, ésa hubiera sido la imagen. El rocío que se desprendía de las olas les acariciaba la cara. 
          —Es precioso —dijo Parker asombrado. 
          —Acamparemos aquí —afirmo Arianne apretándole la mano. 
          —¿Podemos hacer eso? 
          —Podemos hacer lo que queramos. Nadie nos encontrará aquí. 
          Sacaron las toallas del maletero del coche y las pusieron en el suelo, una al lado de otra, bajo el manto luminoso que desprendía el faro. 
          —¿Merecía o no la pena venir? Túmbate. 
          Parker le cogió la mano a Dafne y se tumbó sobre la toalla poniendo su cabeza sobre la pierna de Arianne. La chica comenzó a acariciarle el cabello castaño que parecía moreno a la luz de la noche. 
          —Mira las estrellas; desde aquí se pueden contemplar a la perfección. Cuando era pequeña solía refugiarme aquí con papá y comenzaba a contarlas, siempre me acababa durmiendo sobre su regazo. 
          En ese momento Parker supo que no lo había llevado allí sólo para mostrarle las estrellas, sino que era un lugar especial para ella; lo que Arianne quería era mostrarle un trocito de ella. Se incorporó para darle un beso; no existían palabras para describir lo que sentía en esos momentos. El beso habló por sí solo. 
          —Mira, también quería enseñarte esto —Arianne señaló hacia una roca. Parker pudo ver un dibujo tallado en la dura roca. Una especie de rombo cruzado por una línea curvada. Algo así: 

          —¿Qué significa? —Es una promesa que hice cuando era pequeña. Tierra y agua. 
          Parker aún no comprendía la importancia de aquella promesa. Aquella noche Parker y Arianne hicieron el amor bajo la luz del faro y el manto estrellado. La noche les pertenecía. Ambos eran uno. Y tras la pasión, vino la calma. Parker se quedó dormido a su lado. La luz de la luna en su cuerpo desnudo lo hacía parecer incluso más atractivo a los ojos de Arianne. 
          «Una, dos, tres, cuatro.» Los recuerdos se le amontonaban en la mente. «Cinco». Una bandera, el agua, árboles, estrellas. «Seis.» El faro, una roca, toallas, sexo. «Siete». Siete estrellas le dio tiempo a contar hasta que Arianne se dejó caer a las manos de Morfeo.

Relato incluido en Cartas a Verano.

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