Monday 16 April 2012

Pájaros en la cabeza

         Como cada mañana a las siete, sonó el despertador. Oriole alargó el brazo entre sueños para apagarlo mientras abría despacito los ojos. La luz que entraba por la ventana le decía que apenas había amanecido. Con el pelo enmarañado y medio tiritando del frío se puso sus zapatillas de estar por casa. Miró por la venta. Una dulce y suave nevada se podía contemplar desde la cálida habitación. La nieve parecía terciopelo desde aquel viejo y gran ventanal. Sin pensarlo dos veces, Oriole cogió su batín y salió al balcón a contemplar el paisaje. El sol se asomaba en el horizonte en una mañana nublada y cubierta de blanco, todo era precioso. En ese momento, la escuchó. 
         —¡Tweeet, tweeet! 
         La vio desplegar sus alas desde una de las ramas del cedro del jardín trasero y, cuando ya se había dado cuenta, se encontraba planeando sobre el cielo que dejaba caer una cortinilla de copos de nieve. Su blanco impoluto -como Oriole solía decir- se camuflaba a la perfección con el paisaje y, si no llega a ser por esos grandes ojos color café que hipnotizaban, hubiese pensado que lo había imaginado todo, que todavía seguía soñando. Oriole levantó el brazo para recibirla, y ella con un simple aleteo y de un movimiento limpio se posó sobre su antebrazo. Ya lo tenían bien practicado. Corriendo la abrazó fuertemente entre su batín para darle calor y juntos volvieron a la habitación. 
         Eran inseparables. Incluso los mejores amigos podrían sentir celos de la relación que tenían. Snowy, así la había llamado desde el primer día que la vio, era mucho más que una lechuza para él. Era su amiga, un pedacito de su alma que siempre había querido salir volando y se materializaba con ese plumaje albino. Oriole le susurraba a Snowy todas las noches que si existiera la reencarnación, serían la misma persona. Por eso,  ambos se compenetraban como si fueran uno. Y, por si eso fuera poco, compartían un secreto que nadie más sabía. 
         Oriole estaba enamorado. Se lo había confesado a Snowy dos meses atrás y todos los días le hablaba de ella antes de quedarse dormido en su cama. Le contaba cómo mordía el lápiz cuando se concentraba en la pizarra mientras la profesora explicaba, cómo se le caía la camiseta por el hombro o cuánto le gustaban las pequitas que se asomaban en su nariz. Snowy, siempre acababa aleteando por toda la habitación al ver la sonrisa de enamorado que se le ponía a Oriole cuando le hablaba de ella. 
        Por eso, todas las noches, después de que Oriole se quedara profundamente dormido, Snowy salía volando de aquella habitación y recorría todo el pueblo para buscar la casa de aquella niña que tan feliz hacía a su mejor amigo. Y cuando éste se despertaba por las mañanas, le contaba al oído y susurrando (para que nadie les escuchara) que siempre dormía mirando al lado derecho de la cama, y que cinco minutos antes de dormirse, cada noche, se sumergía entre las sábanas de su cama con un cuaderno que llenaba de palabras con sentimientos, Snowy lo podía ver en sus ojos. Snowy también le contaba que, mientras ella dormía, permanecía atenta en lo alto de una farola desde donde podía observarla, decía que así la protegía durante toda la noche. 
         Oriole siempre permanecía atento para grabar cada detalle que Snowy le contaba en su memoria y, después, embelesado por las palabras de la pequeña lechuza, cerraba fuertemente los ojos para imaginarla como si la estuviera viendo desde los ojos de su amiga. Y, así, acababa enamorándose incluso más de ella. 
         Pero aquel día había pasado algo. Snowy se encontraba muy alterada y no paraba de moverse por toda la habitación. Algo había ocurrido y no era bueno. Cuando consiguió tranquilizarla, la miró a los ojos, y con sólo una mirada Snowy le contó que aquella noche la había visto llorar, que no había abierto su cuaderno, ni había dormido mirando al lado derecho, sino bocabajo para secarse las lágrimas con la almohada. 
         Oriole sabía que tenía que hacer algo rápido. Cogió un trozo de papel y una pluma blanca impoluta de Snowy que guardaba en su escritorio. Garabateó unas palabras en aquel papel, con el que envolvió la pluma y le pidió a la pequeña Snowy que volara y que se lo entregara antes de que se despertara. Y la lechuza, obediente, salió volando de un aleteo por el viejo ventanal de la habitación. 

***

        Ese mismo día, unas horas después,mientras Oriole recogía los libros de su taquilla. La vio atravesar el pasillo. Más radiante que nunca. Nunca antes la había visto sonreír así. Y ese movimiento de caderas al caminar… ¡Parecía que en cualquier momento iba a despegar! Llevaba el pelo recogido con la pluma que le había encargado a Snowy darle. Y en su mano, bien agarrada como si fuera un tesoro, la libreta, justo y como la describía Snowy, pero con un detalle; en su portada había pegado el trocito de papel que Oriole había escrito esa misma mañana y en el que se podía leer: «Cada vez que tengas un problema y las lágrimas te ahoguen, echa a volar. Yo te doy mis alas.» 
Oriole aún no lo sabía, pero le había cambiado la vida a aquella muchacha.

4 comments:

Disaster. said...

Cuantísimo tiempo sin estar por aquí, qué cambiado está todo.. Vaya desastre estoy hecha, que no sé nada de ti! Al menos cuando paso por aquí sigo comprobando que cada día escribes cosas más geniales.. Un besazo enorme :)

Lauuuura. said...

Hacía tiempo que no me pasaba por aquí, pero me siguen encantando tus textos :) un besiito :)

sandocan en bicicleta said...

coincido con los dos comentarios anteriores! cuanto tiempo sin vicitar este lugar.estuve perdido. pero definitivamente regresare mas seguido. excelente texto!

un saludo desde la lejania.

Cliff Tuna said...

Come back soon, David! :)

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Wistful shadows